Nada iguala la sensación de descalzarse unos tacones de 10 cm, una ducha fresquita o meterse entre sábanas limpias…
Eso es exactamente lo que acabo de hacer yo. Después de un día agotador en el trabajo, la recompensa es la sonrisa de mi bebé y el beso de mi marido al regresar a casa.
Os contaré, que hoy me he permitido el lujo de recorrer la historia de espacios recónditos en el espectacular chalet donde realizo mi profesión. Un espeso césped limitado por multicolores rosales. Pasillos decorados y con olor a lavanda. Y al entrar, la luz tenue de un edificio señorial te abraza. Una barandilla dorada que llega a las estrellas, una capilla convertida en oficinas o habitaciones en salones…
Todo ello, en vistas a una sesión de fotos que realizaremos en los días próximos. Buscando escondites, iluminación especial, detalles simples… No os voy a revelar más secretos. Los disfrutaréis cuando esas fotos salgan a la luz.
Ya era consciente, pero os reconozco ser una total afortunada.
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